La decisión de transportar a Marsella el obelisco fue adoptada por el ayuntamiento de esa ciudad francesa en segunda vuelta, por 16 votos a 15 y con 2 abstenciones. En aquel momento, el buque “Luxor”, construido para la ocasión cerca de Marsella, acababa de llevar a París el primer obelisco.
Cuando hoy en día en la ciudad del sur de Francia se está eligiendo por concurso público qué “obra monumental” ocupará una de sus vías emblemáticas tras su remodelación, no está de más recordar la relación del asunto con el antiguo Egipto, porque una sesión municipal de 1834, hoy olvidada, marcó el momento en el que Marsella pudo haberse quedado con el segundo obelisco de Luxor.
Durante la restauración monárquica, ese segundo obelisco, llamado en el siglo XIX “despojo maravilloso del esplendor antiguo de los faraones”, fue ofrecido a Marsella por un natural de esta ciudad, a la sazón ministro del interior de la época. El consistorio marsellés aceptó la oferta a condición de que el gobierno central, la Cámara de Comercio y la Delegación de Sanidad se hicieran cargo de los gastos del traslado.
La pregunta que se planteó a los concejales de Marsella fue la siguiente: “¿Estaría de acuerdo en aceptar esta donación, mediante la que nuestra villa ganaría un monumento que ya tiene su espacio en la mente de todos y que atraería a nuestra ciudad la curiosidad de las comarcas circundantes y recibiría sin duda alguna visitas de todo el sur de Europa?” El ponente insistía así en la calidad del obelisco oriental que seguía en Luxor, por ser más alto (25,3 frente a 23 metros) que el que acababa de llegar y se iba a levantar gracias a una rampa en la capital del país.
Además, se destacaba entonces que “el piramidión que está en lo alto del obelisco parisino está dañado, mientras que el de Marsella está intacto, lo cual supone un atractivo añadido”. Por su parte, el jefe de obra que se iba a encargar de todo el transporte afirmaba textualmente lo siguiente: “No me corresponde a mí enumerar las ventajas que tendrá para esta ciudad poseer un monumento que se convertirá en su mayor joya y que por fuerza atraerá a masas de forasteros”; al mismo tiempo, el arquitecto cedía ante la situación financiera, ya muy precaria, de la ciudad, diciendo que “Como no querría que Marsella dejará pasar por culpa mía una ocasión pintiparada para embellecerse, daré todo tipo de facilidades para el pago de mis servicios”.
Al final, el contrato con el arquitecto se firmó por medio millón de francos de la época, pagaderos en 15 años, pero la operación se fue al garete por la “negativa categórica” de la Cámara de Comercio y de la Delegación de Sanidad de participar en la financiación. Así pues, el obelisco se quedó en Luxor, si bien siguió siendo propiedad de Francia hasta que François Mitterrand lo “devolvió” oficialmente a Egipto en 1981.
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